sábado, 18 de octubre de 2008

Último amanecer


Último amanecer

Sus dedos se deslizaron sobre la superficie cristalina, cayendo ante la opresión de su reflejo, sintiendo el frío penetrar por cada poro de su piel.
Se sentía intranquilo, como si algo dentro de su ser se estuviera removiendo, rebelándose. Pero él quería que su mundo se quedara quieto, que el tiempo se detuviera y que las letras de aquella canción lejana permanecieran ancladas en su corazón marchito. Quería estar en su jaula de cristal, alejado de la cruel realidad. En un lugar donde se debía recurrir a lo desconocido para comprender la tristeza.

Las lágrimas surcaron su rostro, dándole a su aspecto un látigo de dolor. Sus manos golpearon el espejo con fuerza. Intentaba romper su historia con ello, olvidarlo todo y volver a empezar.
Pero el dolor en su cuerpo continuaba. Las manchas en su cuerpo seguían oliendo a sangre y su piel seguía siendo negra, como la oscuridad de su corazón. Y su corazón seguía roto, despedazado en un rompecabezas imposible de reconstruir.

Experimentó los cristales entrar en su piel negruzca, ahora teñida de líquido. No le importó. Sólo quería acabar ya con aquella maldición, dejar la humillación y los golpes. Además, aquello ya no era demasiado. Había pasado por cosas peores.

El cristal se coloreó de rojo. Aquello predestinó su destino.
Sólo había un final.
Un epílogo para su triste historia.
La muerte.

Observó su rostro de nuevo diciéndole adiós a la pesadilla de la que se iba a despertar. Su nariz ancha manchada, sus labios gruesos partidos y sobre todo, una mirada triste, perdida, sin apetito. ¿Olvidaría allí las crónicas que portaba en sus espaldas?


Cogió un fragmento del vidrio y sin pensárselo lo clavó en su muñeca con fuerza. Gritó.
Pero nadie le escuchó.

La sangre comenzó a brotar a borbotones. Su mirada era histérica, el pánico hundía su iris mientras veía la vida desaparecer en cada respiración entrecortada. Sus pulmones se vaciaban a cada segundo y él, cayó al suelo.
Exhaló su último suspiro con una sonrisa.
Todo había acabado.
En aquel momento, las campanadas dieron las doce.

***

¿Qué os parece? Es un relato demasiado triste, pero la mayoría de mis relatos son tristes, aunque también lo son alegres.
Esta historia podría hacer eco al acoso escolar y al racismo. En este caso, son las dos cosas.


¡Feliz fin de semana!

2 comentarios:

TONILOPEZ dijo...

Bonito texto, es de agradecer la lectura, y su significado, sigue por esa linea,escribiendo temas que seguro a todo el mundo le interesaran cuando caigan en ello.
y los conectaras a leer, que es lo importante,leer.
Animo y sigue adelante

Daraw dijo...

Nya o__o...
¡Está genial! >w<.
Es breve, intenso, y sentído. Cuando se clavó el vidrio en la muñeca sentí que me lo estaba clavando yo misma xDUu.
Me pasaré más veces por tu blog a leerlo ^^.

¡Hasta pronto!