martes, 14 de octubre de 2008

Un relatito

Esto es parte de un intento mío de novela:

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Apenas había estrellas y la luna menguante resplandecía de un modo bastante peculiar: como si estuviera acaparando la atención a los habitantes y que el Sol, su contrario, quedara en un segundo plano. Y lo conseguía, estaba tan alcanzable que si saltaba podría tocar y sentir la suavidad de una caricia.

Eso no era lo único fascinante de aquel mundo. Los pocos árboles que había le susurraban canciones en el oído al compás de la brisa que removía su cuerpo transparente. Penélope creyó estar contemplando el nacimiento de un planeta aún primitivo.

No pesaba, era ligera, quizás capaz de volar. Caminaba encauzándose por el horizonte planetario. Saltaba y era capaz de estar suspendido en el aire durante varios minutos. Al final caía, por inexperiencia.

Gritaba sin poder contener el júbilo que recorría sus venas sin sangre. No sentía la soledad, los sentimientos quedaban apartados. Excepto uno, la felicidad absoluta. Los arbustos atendían mis movimientos, fascinados y corroídos por la envidia. Sus piernas siempre estarían en el subsuelo, petrificadas por el basilisco escondido entre las sombras.

Como cuando la noche llega a su fin, un rugido se apoderó del mundo. Retumbó en el cielo e hizo eco en el suelo.

Éste comenzó a tambalear, convulsionándose mientras que en el rostro de Penélope desaparecía aquella sonrisa tan acogedora. La tierra comenzó a abrirse mientras el cielo se teñía de rojo y el Astro Rey volvía a lucir, portentosa y con una sonrisa sanguinaria que daría paso al comienzo del fin.

Los ojos de la muchacha, desorbitados y presos del pánico buscaron una escapatoria. Pero estaba condenada, a no ser que quisiera ser ceniza al pisar la lava que surgía.

El trozo sobre el que estaba se partió, llevándola al abismo. Sin embargo, consiguió ponerse en una difícil posición donde ni siquiera rozaba el líquido rojo incandescente. Quiso gritar, pero el miedo robó a la garganta toda palabra de auxilio. Entonces recordó su levedad, su capacidad de volar.

Soltó una mano.

Ésta vez si bramó.

Pesaba.

La grasa crecía donde antes no existía nada, sus dedos eran anchos y su cuerpo aumentó de volumen considerablemente, impidiéndole la huida. No existía solución. Por eso, cuando sus manos resbalaron sólo tuvo tiempo a maldecir su condición.

Su gordura la llevaría hasta el fin >>.

2 comentarios:

Lucía Martínez dijo...

Hola!!

Soy del foro de LGG y al ver el link de tu blog, pues me he pasado :)

El relatito este está muy bien, me ha gustado mucho como describes la situación, pero el relato continúa o acaba ahí?

También he visto lo de la pena de muerte, yo también hablé de ella esta semana en clase de ética...

Pues bueno, mi blog es este: www.lalluvianolosabe.blogspot.com
a mí también me gusta escribir y, hago lo que puedo jeje

Saludos!

Trycia dijo...

Holaa luu!!
El relato que he puesto, en realidad es un sueño de una historia que tengo comenzada y por ahora, acaba ahí.
Aunque ahora estoy pensando en una continuación...
Ya me he pasado por tu blog y he leído algunas cosas tuyas escritas y están muy bien, me encantan!!
Saludos!!